La rivalidad entre Carlos V y Francisco I se remonta a principios
del siglo XVI,
concretamente en el año 1519, momento de la elección imperial de Carlos V. entre
1521 y 1544 se mantuvieron cuatro guerras: dos en la década de
los años 20, una en la década de los años 30 y otra en la década de los años 40
(aunque existe otra en los años 50, tras la muerte de Francisco I).
El origen de la pugna se remonta a la coincidencia de la pretensión francesa y aragonesa por dominar Italia. Francia percibía que estaba rodeada por los dominios de Carlos V. Francisco I reivindicaba Navarra, ya que en 1512, Fernando “el Católico” destrona a la casa de Labrit, de origen francés, y también reivindicaba el Rosellón. Carlos V, a su vez, reclamaba Borgoña (misión que legó a su hijo Felipe II en las instrucciones de 1548, donde la denomina como “nuestra patria”) y Milán.
El origen de la pugna se remonta a la coincidencia de la pretensión francesa y aragonesa por dominar Italia. Francia percibía que estaba rodeada por los dominios de Carlos V. Francisco I reivindicaba Navarra, ya que en 1512, Fernando “el Católico” destrona a la casa de Labrit, de origen francés, y también reivindicaba el Rosellón. Carlos V, a su vez, reclamaba Borgoña (misión que legó a su hijo Felipe II en las instrucciones de 1548, donde la denomina como “nuestra patria”) y Milán.
Francisco I tenía unos territorios compactos, con un importante
potencial demográfico, una facilidad para hacer alianzas con terceros por
presumírsele más débil, condición que aprovechó. Para Carlos
V, el domino de Milán era crucial para mantener la comunicación de las
posesiones italianas con las alemanas y Flandes, el conocido como Camino
Español. Por su
lado, Francisco I quería el control de Milán para poder conectar con
Venecia, rodeada de territorios imperiales, y así mejorar sus
condiciones comerciales.
Las rivalidades personales, las reivindicaciones dinásticas y la formación
en Francia de una monarquía de corte nacional, chocaban con la pretensión
de Carlos V de construir una Monarquía Universal Católica. Por
su parte, Francisco I también aspiraba a construir un imperio en el
Mediterráneo Occidental; para ello era clave el dominio de Italia, pues el daba
prestigio, riqueza y era una misión factible debido a su debilidad motivada por
la fragmentación política que existía. El monarca francés aprovechó la
sublevación de los Comuneros de Castilla para invadir Navarra y Flandes,
aunque sin éxito. Esta invasión francesa de territorio navarro en 1521 provocó
la caída de Pamplona y Estella. Finalmente esta invasión fue rechazada, pero
poco después los franceses tomaron Fuenterrabía, la cual mantuvieron durante 3
años (hasta 1524). No obstante, las etapas decisivas de esta primera guerra se
desarrollaron en Italia, llegando al punto de que Francisco I
fue expulsado del Milanesado. En la batalla de Pavía (1525) el ejército francés
fue derrotado y el propio monarca fue hecho prisionero. Gracias al Tratado de
Madrid, el monarca francés quedó en libertad y Francisco I comprendió y
reconoció su derrota, comprometiéndose a devolver Borgoña y a retirarse de
Milán. El nuevo conflicto surgió cuando Francisco I no cumplió el tratado de Madrid
de 1526 y reanudó la lucha hasta la paz de Cambray de 1529. Durante esta
segunda guerra se produjo el saco de Roma (1527), en cuyo transcurso el ejército
imperial de Carlos V saqueó la
Ciudad Eterna durante una semana. La defección de la marina
genovesa, que se pasó al bando imperial junto con su almirante Andrea Doria,
aseguró la victoria carolina y el dominio de los Habsburgo sobre el Milanesado.
En la paz de Cambray, Carlos V renunció a Borgoña y
Francisco I a Milán, donde fue restituido en el poder Francisco de Sforza,
feudatario del Emperador.
A la altura de 1530, el poder de Carlos V entró en su punto de
mayor apogeo. En este
mismo año, fue cuando se dirigió a Italia para recibir en Bolonia la corona
imperial de manos del Papa Clemente VII. Con la concesión imperial Carlos V se
convirtió en el árbitro de los destinos italianos rodeando a la Francia de Francisco I
La muerte de Francisco de Sforza, proporcionó la ocasión para una
nueva guerra (1536-1538). En esta nueva contienda, Francisco I se alió con los turcos, a
los que ofreció el puerto de Tolón (en el sur de Francia). Carlos V reaccionó a
esta alianza con la invasión de Provenza, pero tuvo que retroceder ante la
ausencia de pertrechos. Cuando los dos contingentes quedaron agotados y sin
posibilidades de avanzar, se firmó una tregua en Niza.
Todavía hubo una cuarta guerra entre ambos monarcas entre 1542 y
1545, que tampoco
tuvo un resultado claro. Carlos V tenía una grandísima fuerza militar pero
tampoco la suficiente como para derrotar definitivamente a Francia. Otro
problema, o factor que provocó la sucesión de guerras es que los distintos
príncipes alemanes, Enrique VIII y el Papado no deseaban una victoria total del
Emperador, pues significaría una hegemonía total del monarca, con todo lo que
ello suponía. El resultado más claro de este enfrentamiento fue el
endeudamiento de ambos estados, tanto a corto plazo con los juros, como a largo
plazo con los banqueros.
Al final del reinado de Carlos V, queda patente el fracaso de su
proyecto político concebido en sus años de juventud: la
instauración de una Monarquía Universal Católica. El Emperador no consiguió que
Francia se adhiriese voluntariamente a un sistema europeo occidental de
inspiración cristiana y dirigido por los Habsburgo. La división de sus
territorios puso de manifiesto la fortaleza de sus enemigos, los cuales
impusieron la división del imperio: la corona imperial fue transmitida a su
hermano Fernando, mientras que el resto de los territorios pasaron a manos de
su hijo Felipe II.
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